En “Por qué leer los
clásicos” Calvino manifiesta: “Tu clásico es aquel que no puede serte
indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en
contraste con él”
Y Jorge Volpi en “Leer la
mente” nos dice que el “yo” sólo se moldea a través del contacto con los otros.
Leo para ponerme en los
zapatos del otro. Para conocer la verdad que maneja ese otro. Leo para salir de
mí y observarme desde la barrera.
En mi niñez permanecí mucho
tiempo en casa, porque sufría de asma. Afortunadamente había una biblioteca
fascinante. Mamá había comprado una colección de libros rojos que traían el
texto de famosos títulos, pero, cada tres hojas de la historia, venía la
condensación de la misma en comics. Así
leí “Mujercitas” con Louisa May Alcott, “Alicia en el país de las maravillas”
con Lewis Carroll. Walter Scott me acompañó a leer “Ivanhoe”, aventuré con Tom
Sawyer de la mano de Mark Twain pero, confieso: releí “Mujercitas” una y otra
vez, y,
otra vez. Me escabullí en Jo, la
chica apasionada por la lectura, poco
vanidosa y enamorada, en secreto, de su
gran amigo y vecino Laurie.
Por tener esta característica
de texto y dibujo, de mis libros rojos,
pude comprobar la insipidez del dibujo, frente al alcance de la mente que, al
compás de las letras, te sumerge en un colorido
mundo en movimiento. Opté por ignorar
los dibujos.
Por albur, o porque inconscientemente
lo busque, siempre cae en mis manos un libro que tiene algún personaje que coincide,
en alguna situación, conmigo.
Entonces suplanto al
personaje, me traslado a sus circunstancias, y cuando regreso, soy más
benevolente conmigo.
Con Piedad Bonnet sufrí el
dolor de madre, al leer “Lo que no tiene nombre”. También con “Paula” de Isabel
Allende, y regresé a mejorar mi relación con mi hija, que estaba en su
adolescencia para esa época.
En “La suma de los días” de
Isabel Allende, disfruté mi segundo matrimonio con personajes ajenos y con mi
realidad del momento.
Florence Thomas fue mi
acompañante en la soledad, luego de divorciarme de mi primer esposo, con
“Genero: Femenino”
¿Por qué leer?
¿Para evadir un poco mi
realidad?
¿Para acercarme más a “mi
realidad”?
Cada lectura que inicio es oportuna,
pertinente y halagadora a mis circunstancias. Con cada lectura voy y vuelvo,
sintiéndome más cómoda con mi realidad, más fuerte, más humana.
En cada lectura existe la
libertad de simpatizar o disentir. De releer o ignorar. Es el lugar donde eres
dueño de tu caminar, eliges el paso al que quieres ir, eliges en qué momento
continuar o cortar. Un libro es para mí “la ventana”, a la que solfea Luis
Arturo Guichard, en su poema:
“Ventanas
“(…) Asomado a la
ventana, el viajero
calcula cuántas vidas se ha perdido
por estar viviendo justo ésta,
fiel al límite vertical de los cristales”
calcula cuántas vidas se ha perdido
por estar viviendo justo ésta,
fiel al límite vertical de los cristales”
Leyla Osorio Quintero
Maestría en Escritura Creativa
Universidad de Salamanca