20/9/19

¿Para qué leer?




En “Por qué leer los clásicos” Calvino manifiesta: “Tu clásico es aquel que no puede serte indiferente y que te sirve para definirte a ti mismo en relación y quizás en contraste con él”
Y Jorge Volpi en “Leer la mente” nos dice que el “yo” sólo se moldea a través del contacto con los otros.

Leo para ponerme en los zapatos del otro. Para conocer la verdad que maneja ese otro. Leo para salir de mí y observarme desde la barrera. 

En mi niñez permanecí mucho tiempo en casa, porque sufría de asma. Afortunadamente había una biblioteca fascinante. Mamá había comprado una colección de libros rojos que traían el texto de famosos títulos, pero, cada tres hojas de la historia, venía la condensación de la misma en  comics. Así leí “Mujercitas” con Louisa May Alcott, “Alicia en el país de las maravillas” con Lewis Carroll. Walter Scott me acompañó a leer “Ivanhoe”, aventuré con Tom Sawyer de la mano de Mark Twain pero, confieso: releí “Mujercitas” una y otra vez,  y,  otra vez. Me escabullí en Jo,  la chica apasionada por la lectura,  poco vanidosa  y enamorada, en secreto, de su gran amigo y vecino Laurie.

Por tener esta característica de texto y dibujo,  de mis libros rojos, pude comprobar la insipidez del dibujo, frente al alcance de la mente que, al compás de las letras,  te sumerge en un colorido mundo en movimiento.  Opté por ignorar los dibujos.

Por albur, o porque inconscientemente lo busque, siempre cae en mis manos un libro que tiene algún personaje que coincide, en alguna situación, conmigo.  

Entonces suplanto al personaje, me traslado a sus circunstancias, y cuando regreso, soy más benevolente conmigo.
Con Piedad Bonnet sufrí el dolor de madre, al leer “Lo que no tiene nombre”. También con “Paula” de Isabel Allende, y regresé a mejorar mi relación con mi hija, que estaba en su adolescencia para esa época.

En “La suma de los días” de Isabel Allende, disfruté mi segundo matrimonio con personajes ajenos y con mi realidad del momento.

Florence Thomas fue mi acompañante en la soledad, luego de divorciarme de mi primer esposo, con “Genero: Femenino”

¿Por qué leer?
¿Para evadir un poco mi realidad?
¿Para acercarme más a “mi realidad”?
Cada lectura que inicio es oportuna, pertinente y halagadora a mis circunstancias. Con cada lectura voy y vuelvo, sintiéndome más cómoda con mi realidad, más fuerte, más humana.

En cada lectura existe la libertad de simpatizar o disentir. De releer o ignorar. Es el lugar donde eres dueño de tu caminar, eliges el paso al que quieres ir, eliges en qué momento continuar o cortar. Un libro es para mí “la ventana”, a la que solfea Luis Arturo Guichard, en su poema:
“Ventanas
“(…) Asomado a la ventana, el viajero
calcula cuántas vidas se ha perdido
por estar viviendo justo ésta,
fiel al límite vertical de los cristales”

Leyla Osorio Quintero
Maestría en Escritura Creativa
Universidad de Salamanca