Judith
Uno de los libros del antiguo
testamento se llama Judith. Es un relato de resistencia, la historia de una
mujer valiente y astuta que salvó al pueblo de Israel de la tiranía de
Nabucodonosor, rey de los asirios. Por
ahí dicen que el nombre influye en el carácter de las personas y en las
decisiones que toman para cambiar su destino.
Judith, mi amiga de infancia, sufrió
un fuerte traspiés cuando murió su padre. Ella tenía quince años y estaba cursando
octavo grado en un internado en la ciudad de Pamplona, ciudad de clima frío en el
departamento del Norte de Santander. Con la noticia del deceso, las monjitas le
dieron apenas lo necesario para tomar un bus a Cúcuta, y allí, comprar el
tiquete a Santa Marta, su ciudad natal.
Al llegar a Cúcuta se enteró que no había
cupo en el único vuelo del día, y el siguiente avión saldría dos días después. Sin
más dinero, ni alguien conocido, optó por esperar la noche y esconderse en el
baño del aeropuerto. En la madrugada fue sorprendida por la señora del aseo
quien se conmovió y la llevó a dormir a su casa. La humildad con que vivía esa
señora era tan grande como su generosidad.