Judith
Uno de los libros del antiguo
testamento se llama Judith. Es un relato de resistencia, la historia de una
mujer valiente y astuta que salvó al pueblo de Israel de la tiranía de
Nabucodonosor, rey de los asirios. Por
ahí dicen que el nombre influye en el carácter de las personas y en las
decisiones que toman para cambiar su destino.
Judith, mi amiga de infancia, sufrió
un fuerte traspiés cuando murió su padre. Ella tenía quince años y estaba cursando
octavo grado en un internado en la ciudad de Pamplona, ciudad de clima frío en el
departamento del Norte de Santander. Con la noticia del deceso, las monjitas le
dieron apenas lo necesario para tomar un bus a Cúcuta, y allí, comprar el
tiquete a Santa Marta, su ciudad natal.
Al llegar a Cúcuta se enteró que no había
cupo en el único vuelo del día, y el siguiente avión saldría dos días después. Sin
más dinero, ni alguien conocido, optó por esperar la noche y esconderse en el
baño del aeropuerto. En la madrugada fue sorprendida por la señora del aseo
quien se conmovió y la llevó a dormir a su casa. La humildad con que vivía esa
señora era tan grande como su generosidad.
Al llegar a Santa Marta no encontró
nada de su casa paterna, su habitación y sus juguetes de infancia fueron borrados
de un plumazo. Con la muerte de su padre, sus once medio hermanos entraron a
disputar los bienes, y Judith, la menor, y la niña de los ojos del difunto, se convirtió
en un estorbo para satisfacer la codicia de la familia. Un día la dejaron en un
orfanato. La directora esperó prudentemente que se fueran los familiares y le
preguntó la edad. Entonces le informó:
-No te podemos tener aquí, rebasas la
edad mínima, puedes marcharte.
En medio de un fuerte aguacero, Judith
salió caminando con su maletica, única acompañante desde Pamplona. Ante la renuencia
de otro medio hermano para recibirla, y sin saber cómo comunicarse con su mamá,
que vivía en Estados Unidos, acudió a la casa de una antigua amiga de colegio. Sus
días allí no encontraron paz; la señora de casa había sido dopada con
burundanga para robarle, y como secuela, su mente quedó ausente. Solo regresaba
en sí para prender fogatas en el patio
de casa y quemar allí cuanto traste tropezaba en su camino. Mi amiga dormía con un ojo abierto; pensaba que en cualquier momento ella sería el
siguiente mueble que alimentaría el fuego. El esposo de la señora era amable
cuando no estaba borracho. Un día, en medio de sus tragos la echó de la casa.
Judith recordó que había guardado el teléfono de una amiga de su mamá, doña María
Díaz.
Esa mujer fue el ángel que cambió su vida. La llevó a su casa, ubicó a su
madre en Estados Unidos y reunió dinero para enviarla a Miami. Una vez allí
Judith tuvo que superar otros obstáculos. Vivian en un barrio de inmigrantes
cubanos, donde la indigencia y la drogadicción hacían un ambiente peligroso. Decidió
estudiar, aprender el idioma inglés y salir adelante. Terminó el college,
estudió contaduría, técnica de intravenales y farmacia. Ya lleva veinticinco
años de trabajo en Walgreens, cadena americana de venta de remedios, alimentos y múltiples artículos para el hogar.
Como la mujer hebrea del antiguo pueblo
de Israel, mi amiga no se conformó con cambiar el destino solo para ella. Logró llevar a Estados
Unidos a Luis, su hermano por línea
materna. Su corazón no descansó hasta lograr la visa de los dos hijos de Luis,
quienes vivían solos en Bogotá al cuidado de una señora. Pero la vida le puso
un reto más: cuando la hija de Luis pudo viajar a Estados Unidos, dejó una niña
de meses, al cuidado de la misma señora.
Hace poco recibí a mi amiga Judith en mi casa. Venía a cumplir la cita en la embajada americana para llevarse a Camila, que hoy tiene siete años. Por supuesto también lo logró. Una familia con un destino mejorado, una sonrisa que ilumina un carácter persistente, una amiga, mi amiga Judith.
Hace poco recibí a mi amiga Judith en mi casa. Venía a cumplir la cita en la embajada americana para llevarse a Camila, que hoy tiene siete años. Por supuesto también lo logró. Una familia con un destino mejorado, una sonrisa que ilumina un carácter persistente, una amiga, mi amiga Judith.
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