Una boda bastante
accidentada
Nueve de la mañana de un domingo lluvioso de
abril. Por fin, lista con mi incómodo traje de novia estilo barroco. Subí al
coche alquilado para la ocasión, un Chevrolet de los años 50, en compañía de
papá. Mis otros familiares nos seguían en sus respectivos carros. Avanzamos
quince metros y ahí quedamos boquiabiertos. Un poste de energía atravesaba el
sendero de adoquín, única vía de acceso y salida del conjunto campestre donde
vivía con mis padres. Mi camino al altar se encontraba bloqueado. Literalmente bloqueado.
-Esto es un aviso del cielo cuñadita. –
Empezó a molestar Iván, mi gran amigo de pregrado quien se había casado con mi
hermana tres meses atrás. -Yo creo que mi suegrito contrató la tumbada de este
poste- continuó, mirando de soslayo a mi padre. – ¿O será que Javier se
arrepintió e hizo el mandadito? Cuñadita: ¡la vida te está dando otra
oportunidad! Piensa: ¡el matrimonio es cosa seria! – agregó, tratando de
distensionar la situación con su actitud burlona.
-¡No más Iván! - Lo callé y le pedí que se
comunicara con Javier, mi novio, para enterarlo del percance.
A los cuarenta minutos llegó la grúa, y me di
contentillo pensando que ya había pasado lo peor del momento y que al menos tenía
algo fuera de lo común que contar sobre mi boda. Pero no. Me faltaba vivir algo
aún más sorprendente en ese tenso día.
Llegamos a la capillita de Guaymaral,
dos horas después de lo previsto. Guaymaral es una zona rural al norte de
Bogotá, próxima al municipio de Chía. Se dio comienzo a la ceremonia religiosa,
luego el agasajo y llegó la hora de llevarse a la novia. Subimos en mi carro,
conduciendo Javier. Sus amigos se nos pegaron con la idea de hacer caravana
hacia el hotel. En el camino a uno de ellos se le ocurrió hacer un brindis en
la capilla de la Valvanera, que queda en la parte más alta del municipio de
Chía, sitio turístico desde donde se observa la urbanización de Chía.
-Ay nenita, solo es una cervecita, ¿Sí? – Me pidió
Javier, mirándome con carita de niño consentido y sin esperar mi respuesta tomó
la calzada principal que atraviesa el pueblo de Chía, rumbo a la Valvanera. Sus
fieles amigos nos seguían en otro vehículo.
Estaba lloviendo, eran aproximadamente las
ocho de la noche, un tráfico espantoso, y yo, imaginando cómo iba a subir esa
cuesta para llegar a la iglesia con mi frondoso vestido de novia, todo gracias
a la genial idea del combo de amigos de Javier.
-Bueno, está bien, no es buena idea –Reconoció
mi queridito esposo al ver mi rostro a punto de estallar de ira. – No hay
problema, simplemente giro el carro y… ¡Pum! –Efectivamente giramos y le
pegamos a algo… o… ¿a alguien?
En medio de la lluvia no entendíamos qué
había pasado. Javier se bajó del carro. En su vertiginoso giro le había pegado
a un motociclista que ahora estaba extendido en el piso boca arriba.
-¡Lo mataron! - Empezaron a rumorar los
curiosos que se acercaban a rodearnos. –Cójanlos, que no se escapen, estos
ricachoncitos de mierda que vienen a jodernos por acá. –murmuraban unos a
otros.
-Calma, calma, que nosotros respondemos. –Les
advirtió Javier –y ayudado por sus amigos subieron al herido al asiento trasero
del carro donde yo estaba.
Uno de los chismosos que se había acercado propuso
a los demás echar la moto en su camión y seguirnos.- no sea que boten el cuerpo
por ahí- le insinuó a los demás.
-¡Increíble!...sentía que el poste de energía
atravesado en la mañana sí era una señal, un aviso. Y ahora me encontraba aquí en
medio de esta lluvia, con este ridículo traje y un herido en el puesto de atrás.
Los amigos de Javier propusieron buscar un
centro de urgencias. Javier, el herido y yo encabezábamos la caravana seguidos
por los amigos de Javier y el señor del camión. Arrancamos en un silencio
angustioso. Sentía la lluvia golpeando el carro cada vez con más fuerza, como
si cada golpe de agua buscara castigar nuestra fechoría.
-¿A dónde vas Javier? – por fin pude hablar.
-No tengo la menor idea, estoy perdido – me contestó.
Al mirarlo sentí pesar por el miedo y agobio que reflejaba su cara. Seguimos
avanzando, buscando el centro del pueblo, pero me sentía más perdida que Javier.
Miré atrás y ya no vi los otros vehículos, entonces pedí a mi esposo que parara
y esperara a nuestros acompañantes. Pero no se veían. Se habían esfumado.
-¿Y ahora qué hacemos? –me miró angustiado. Le
contesté que lo urgente era llevar al señor al hospital y arrancamos de nuevo.
Perdí la noción del tiempo, solo me percaté de que ya había dejado de llover,
entonces miré atrás y me estrellé con los ojos de nuestra víctima mirándome con
terror.
-¿Quiénes son ustedes? ¿A dónde me llevan?-
Nos preguntó y se notaba su total desubique con todo. Sobre todo con mi
frondoso vestido de novia. Creo que le parecí un fantasma con mi traje blanco
rodeado de la extensa cola de tul que formaba una nube a mi alrededor.
-¡Qué alivio! ¡Está bien! –Pensé. –Mire señor: es que usted
iba en su moto y lo atropellamos – le expliqué.
-¿Cuál moto? ¿A dónde me llevan? Paren el
carro o me tiro por la ventana- nos gritó asustado.
Así que paramos el carro, el señor trató de
bajar pero estaba completamente borracho, y noqueado con el golpe. Javier lo
ayudó a bajar. Entonces nuestra víctima se agarró de un poste de energía –sí…de
nuevo un poste de estos en mi camino – pensé- sólo que este poste estaba
ocupado. Otro borrachito del pueblo lo estaba abrazando, pero al vernos, dejó
un espacio para su nuevo acompañante. Nuestra víctima sintiéndose apoyado por
su nuevo amigo nos advirtió: - ¡déjenme en paz, ustedes lo que quieren es
robarme… o secuestrarme!
-¡Por Dios señor! súbase al carro que tenemos
que buscar su moto y llevarlo a una clínica – le dije ya con impaciencia, pero
su nuevo amigo salió en su defensa advirtiéndonos que si no nos íbamos tendríamos
problemas con él. Subimos desconsolados al carro mientras observábamos a estos
dos borrachos abrazados al poste.
-Y ahora ¿qué? – Me miró Javier.
Decidimos buscar a sus amigos y al señor que
tenía la moto. Desandamos nuestros pasos pero no había rastro de ellos.
Entonces volvimos al ligar donde habíamos dejado a nuestro herido y… lo que
faltaba…ya no estaba. Tampoco su compañero de poste. -¡Por Dios! ¿Qué hacemos?
Esto no puede ser cierto, esto debe ser una pesadilla- mi desesperación estaba
al límite. Ahí nos quedamos, parqueados frente al poste de energía esperando
que pasara algo, que volviera el borrachito herido, o que aparecieran los
amigos de Javier, o el señor del camión con la moto. Pero nada, estábamos en
una calle insoportablemente sola. No pasaba ni un carro, ni un alma, nada. Tenía
rabia con Javier, pero lo veía tan arrepentido que también sentía compasión.
-No nos queda más remedio que dirigirnos al
hotel nenita- me indicó abrazándome- mis amigos saben cuál es y de pronto nos
llaman allá.
Y así nos dirigimos a la Casa Medina, al
nororiente de Bogotá. Cuando entramos a la recepción me sentí observada como
bicho raro, entonces eché un ojo a mi vestido. De su color blanco no quedaba
rastro, más bien parecía un traje lúgubre por la mezcla de barro y tierra que,
unido a la ya deshecha y mojada moña de mi cabeza, proporcionaba un espectáculo
patético para una pareja de recién casados. Javier fingió que no pasaba nada y
pidió la llave de la habitación. Entramos, prendimos la chimenea y nos sentamos
frente a ella a esperar que sonara el teléfono. No tengo idea cuánto tiempo
pasamos mirando fijamente los movimiento y colores del fuego, sin hablar, sin
pensar, hasta que timbró el teléfono, y eran ellos, sus insoportables amigos.
Cuando terminó de hablar Javier trató de
tranquilizarme contándome que sus amigos, al perder nuestro rastro, fueron
obligados por el señor del camión a entregar la moto a una estación de policía
y declarar lo sucedido. Quedaron con Javier que al día siguiente volverían al
pueblo a buscar al borrachito e indicarle dónde recoger la moto.
Efectivamente lo ubicaron. Posteriormente nos
encontramos con él. Acordamos un arreglo por el daño de la moto y por las
heridas que le procuramos. Al final le hicimos reír recordando la situación en
que se vio implicado esa noche y su cara de susto cuando despertó y se encontró
en un carro con una mujer de traje fantasmal.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por participar en esta página.