9/12/14


Una boda bastante accidentada

Nueve de la mañana de un domingo lluvioso de abril. Por fin, lista con mi incómodo traje de novia estilo barroco. Subí al coche alquilado para la ocasión, un Chevrolet de los años 50, en compañía de papá. Mis otros familiares nos seguían en sus respectivos carros. Avanzamos quince metros y ahí quedamos boquiabiertos. Un poste de energía atravesaba el sendero de adoquín, única vía de acceso y salida del conjunto campestre donde vivía con mis padres. Mi camino al altar se encontraba bloqueado. Literalmente bloqueado.
-Esto es un aviso del cielo cuñadita. – Empezó a molestar Iván, mi gran amigo de pregrado quien se había casado con mi hermana tres meses atrás. -Yo creo que mi suegrito contrató la tumbada de este poste- continuó, mirando de soslayo a mi padre. – ¿O será que Javier se arrepintió e hizo el mandadito? Cuñadita: ¡la vida te está dando otra oportunidad! Piensa: ¡el matrimonio es cosa seria! – agregó, tratando de distensionar la situación con su actitud burlona.

-¡No más Iván! - Lo callé y le pedí que se comunicara con Javier, mi novio, para enterarlo del percance.
 A los cuarenta minutos llegó la grúa, y me di contentillo pensando que ya había pasado lo peor del momento y que al menos tenía algo fuera de lo común que contar sobre mi boda. Pero no. Me faltaba vivir algo aún más sorprendente en ese tenso día. 


Llegamos a la capillita de Guaymaral, dos horas después de lo previsto. Guaymaral es una zona rural al norte de Bogotá, próxima al municipio de Chía. Se dio comienzo a la ceremonia religiosa, luego el agasajo y llegó la hora de llevarse a la novia. Subimos en mi carro, conduciendo Javier. Sus amigos se nos pegaron con la idea de hacer caravana hacia el hotel. En el camino a uno de ellos se le ocurrió hacer un brindis en la capilla de la Valvanera, que queda en la parte más alta del municipio de Chía, sitio turístico desde donde se observa la urbanización de Chía.
-Ay nenita, solo es una cervecita, ¿Sí? – Me pidió Javier, mirándome con carita de niño consentido y sin esperar mi respuesta tomó la calzada principal que atraviesa el pueblo de Chía, rumbo a la Valvanera. Sus fieles amigos nos seguían en otro vehículo.
Estaba lloviendo, eran aproximadamente las ocho de la noche, un tráfico espantoso, y yo, imaginando cómo iba a subir esa cuesta para llegar a la iglesia con mi frondoso vestido de novia, todo gracias a la genial idea del combo de amigos de Javier.
-Bueno, está bien, no es buena idea –Reconoció mi queridito esposo al ver mi rostro a punto de estallar de ira. – No hay problema, simplemente giro el carro y… ¡Pum! –Efectivamente giramos y le pegamos a algo… o… ¿a alguien?

En medio de la lluvia no entendíamos qué había pasado. Javier se bajó del carro. En su vertiginoso giro le había pegado a un motociclista que ahora estaba extendido en el piso boca arriba.
-¡Lo mataron! - Empezaron a rumorar los curiosos que se acercaban a rodearnos. –Cójanlos, que no se escapen, estos ricachoncitos de mierda que vienen a jodernos por acá. –murmuraban unos a otros.
-Calma, calma, que nosotros respondemos. –Les advirtió Javier –y ayudado por sus amigos subieron al herido al asiento trasero del carro donde yo estaba.
Uno de los chismosos que se había acercado propuso a los demás echar la moto en su camión y seguirnos.- no sea que boten el cuerpo por ahí- le insinuó a los demás.
-¡Increíble!...sentía que el poste de energía atravesado en la mañana sí era una señal, un aviso. Y ahora me encontraba aquí en medio de esta lluvia, con este ridículo traje y un herido en el puesto de atrás.
Los amigos de Javier propusieron buscar un centro de urgencias. Javier, el herido y yo encabezábamos la caravana seguidos por los amigos de Javier y el señor del camión. Arrancamos en un silencio angustioso. Sentía la lluvia golpeando el carro cada vez con más fuerza, como si cada golpe de agua buscara castigar nuestra fechoría.
-¿A dónde vas Javier? – por fin pude hablar.
-No tengo la menor idea, estoy perdido – me contestó. Al mirarlo sentí pesar por el miedo y agobio que reflejaba su cara. Seguimos avanzando, buscando el centro del pueblo, pero me sentía más perdida que Javier. Miré atrás y ya no vi los otros vehículos, entonces pedí a mi esposo que parara y esperara a nuestros acompañantes. Pero no se veían. Se habían esfumado.
-¿Y ahora qué hacemos? –me miró angustiado. Le contesté que lo urgente era llevar al señor al hospital y arrancamos de nuevo. Perdí la noción del tiempo, solo me percaté de que ya había dejado de llover, entonces miré atrás y me estrellé con los ojos de nuestra víctima mirándome con terror.
-¿Quiénes son ustedes? ¿A dónde me llevan?- Nos preguntó y se notaba su total desubique con todo. Sobre todo con mi frondoso vestido de novia. Creo que le parecí un fantasma con mi traje blanco rodeado de la extensa cola de tul que formaba una nube a mi alrededor.
-¡Qué alivio!  ¡Está bien! –Pensé. –Mire señor: es que usted iba en su moto y lo atropellamos – le expliqué.
-¿Cuál moto? ¿A dónde me llevan? Paren el carro o me tiro por la ventana- nos gritó asustado.
Así que paramos el carro, el señor trató de bajar pero estaba completamente borracho, y noqueado con el golpe. Javier lo ayudó a bajar. Entonces nuestra víctima se agarró de un poste de energía –sí…de nuevo un poste de estos en mi camino – pensé- sólo que este poste estaba ocupado. Otro borrachito del pueblo lo estaba abrazando, pero al vernos, dejó un espacio para su nuevo acompañante. Nuestra víctima sintiéndose apoyado por su nuevo amigo nos advirtió: - ¡déjenme en paz, ustedes lo que quieren es robarme… o secuestrarme!
-¡Por Dios señor! súbase al carro que tenemos que buscar su moto y llevarlo a una clínica – le dije ya con impaciencia, pero su nuevo amigo salió en su defensa advirtiéndonos que si no nos íbamos tendríamos problemas con él. Subimos desconsolados al carro mientras observábamos a estos dos borrachos abrazados al poste.
-Y ahora ¿qué? – Me miró Javier.
Decidimos buscar a sus amigos y al señor que tenía la moto. Desandamos nuestros pasos pero no había rastro de ellos. Entonces volvimos al ligar donde habíamos dejado a nuestro herido y… lo que faltaba…ya no estaba. Tampoco su compañero de poste. -¡Por Dios! ¿Qué hacemos? Esto no puede ser cierto, esto debe ser una pesadilla- mi desesperación estaba al límite. Ahí nos quedamos, parqueados frente al poste de energía esperando que pasara algo, que volviera el borrachito herido, o que aparecieran los amigos de Javier, o el señor del camión con la moto. Pero nada, estábamos en una calle insoportablemente sola. No pasaba ni un carro, ni un alma, nada. Tenía rabia con Javier, pero lo veía tan arrepentido que también sentía compasión.
-No nos queda más remedio que dirigirnos al hotel nenita- me indicó abrazándome- mis amigos saben cuál es y de pronto nos llaman allá.
Y así nos dirigimos a la Casa Medina, al nororiente de Bogotá. Cuando entramos a la recepción me sentí observada como bicho raro, entonces eché un ojo a mi vestido. De su color blanco no quedaba rastro, más bien parecía un traje lúgubre por la mezcla de barro y tierra que, unido a la ya deshecha y mojada moña de mi cabeza, proporcionaba un espectáculo patético para una pareja de recién casados. Javier fingió que no pasaba nada y pidió la llave de la habitación. Entramos, prendimos la chimenea y nos sentamos frente a ella a esperar que sonara el teléfono. No tengo idea cuánto tiempo pasamos mirando fijamente los movimiento y colores del fuego, sin hablar, sin pensar, hasta que timbró el teléfono, y eran ellos, sus insoportables amigos.
Cuando terminó de hablar Javier trató de tranquilizarme contándome que sus amigos, al perder nuestro rastro, fueron obligados por el señor del camión a entregar la moto a una estación de policía y declarar lo sucedido. Quedaron con Javier que al día siguiente volverían al pueblo a buscar al borrachito e indicarle dónde recoger la moto.

Efectivamente lo ubicaron. Posteriormente nos encontramos con él. Acordamos un arreglo por el daño de la moto y por las heridas que le procuramos. Al final le hicimos reír recordando la situación en que se vio implicado esa noche y su cara de susto cuando despertó y se encontró en un carro con una mujer de traje fantasmal.  






No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Gracias por participar en esta página.