18/12/14

Voy a ser astronauta


Por Leyla Osorio, voluntaria Fundación Social por Bogotá

El pasado tres de febrero el comedor de la Fundación Social por Bogotá, abrió sus puertas luego del receso de fin de año. Este comedor se encuentra en la vereda de Quiba, al sur de Ciudad Bolivar, sur-occidente de Bogotá . Anderson fue el primero en llegar para recibir su alimento. Llegó con su hermanita Nicol, de seis años, a quien le señaló dónde sentarse.  Él se dirigió a la coordinadora del lugar para constatar que seguía inscrito en la lista de los 160 niños y niñas a los que la Fundación les suministra almuerzo de lunes a viernes.  Con sus inmensos ojos, aumentados aún más por el grosor de sus lentes, y su tímida sonrisa, nos contó que era el encargado de cuidar a Nicol. En la mañana la despierta para bañarla y vestirla. Si hay algo de comer lo comparten, si no, esperan pacientemente que sean las once y media para venir al comedor y salir con la barriguita llena al colegio, que es en la tarde.


Hoy Anderson estaba especialmente feliz. Uno, por la reapertura de este comedor, que le permite solventar el alimento. Dos, porque hoy posiblemente a su mamá le darán un trabajo. Al referirse a ella, Anderson la defiende con fuerza:
 -Que a veces no tengan comida no es culpa de ella. Tampoco sus ausencias, pues ella debe buscar cómo ganarse la vida- su tono de voz denota la seriedad de quien a tan corta edad ya es responsable de cuidar de su casa.   Sus hermanos mayores están en Estados Unidos y muy pronto vendrán por él, nos dice con mucha seguridad. Efectivamente sus hermanos fueron dados en adopción por el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar -ICBF, ante la imposibilidad de su madre para sostenerlos.

De no ser por el comedor que la Fundación instaló en esta lejana vereda rural, muchos de estos niños no tendrían cómo acceder a un alimento nutricional al día.
Según la Encuesta Nacional de Situación Nutricional ENSIN 2005, doce porciento de los menores de cinco años (más de medio millón de niños y niñas) presentan desnutrición crónica, porcentaje que aumenta al diecisiete por ciento en la zona rural.
Cuando Anderson era bebe, sus hermanos mayores lo traían al comedor de la Fundación. Un día, él y sus hermanos pasaron la noche en la calle; la mamá no les dejó llaves y apareció al siguiente día. En la noche la vecina les ofreció dormir en su casa, pero los chicos prefirieron esperar a su mamá en la calle, entonces les ofreció unas cobijas. Durmieron arrunchaditos unos con otros para atenuar ese duro frío que arrecia aún más en las madrugadas de esta región rural.  Esta circunstancia fue la alerta para avisar al ICBF sobre el descuido de la madre. Con la adopción de sus hermanos, ahora Anderson es quien maneja las riendas del hogar. Nos mostró con orgullo que en este momento él está a cargo de las llaves de la casa.  Así pasa sus días entre la escuela y sus responsabilidades de hermano mayor, esperando pacientemente que sus hermanos vuelvan por él, porque cuando eso suceda, va a poder cumplir su meta anhelada; estudiar astronomía en Estados Unidos.


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